Llaman a la puerta.
Entra con su mirada inmensa y atraviesa las paredes de mi pequeño rincón en el mundo; deja la chaqueta sobre la cama y se tumba sobre ella. O en la manta que yace inerte sobre el frío suelo. Incluso a veces, se sienta sobre la esquina izquierda del escritorio. Dice que desde ahí se ve todo con una perspectiva diferente. Comienza Octubre.
Apaga las luces al aparecer por el pasillo que conduce a la ventana y enciende velas con un chasquido. Es capaz de detener la hora en un eterno mediodía con sólo unas palabras, y devuelve a la vida a mis peluches con una carcajada que rompe el aire en dos mitades. Incluso consigue que un gorro de lana ande.
Se asemeja a un grito que perfora tímpanos: entra con fuerza, ansiosa, insistente si ve que no contesto. Ya nada más importa cuando ella hace acto de presencia. Invade mi refugio y lo vuelca con un estallido de silencio, dejando cera derretida de colores por el suelo y papeles volando por la ventana. Valientemente introduce sus ideas en mi cabeza y las machaca hasta hacérmelas tragar para que yo las deshaga y se las devuelva desmontadas. Adora los rompecabezas y grita cuando una palabra le hace gracia.
Grita, siempre grita, y cae estrepitosamente sobre mí sin que pueda frenarla. Provoca huracanes con sus palmadas y crea universos infinitos mirando a través de su objetivo fotográfico. Nunca pregunta si algo es correcto o no; lo hace directamente y se enfrenta a las consecuencias.
No calla, no duerme. Sonríe, y la vida parece congelarse en sus labios rojos. Pero no le importa, nada le afecta, porque siempre aparece cuando todo se derrumba para poder salvarse a sí misma.
Así es ArLeM.