Nadie dijo que sería fácil.
Nadie aseguró dicha, ni tranquilidad o paz. Nadie pudo prometer bienestar o felicidad eterna.
Al fin y al cabo, ha de haber un equilibrio: cuando todo va bien, algo se torcerá para equilibrar la balanza de nuestra existencia. Y lo contrario ocurre cuando vas cayendo, necesariamente sucede algo bueno para paliar el golpe. Así, vamos avanzando lentamente, a base de caídas rápidas y parones en seco, salvavidas y paracaídas que suelen abrirse a un metro del suelo. Poco a poco nos hacemos a la idea de que siempre será así, y el susurro confidencial de "sólo es una mala racha" deja de enfurecernos o calmarnos.
Todo evoluciona, todo avanza, todo sigue. Volveremos a caer y a levantarnos, porque no aprendemos a esquivar los golpes. ¿Por qué? Sencillo: nos hacemos sabios ante el fracaso y el error, si dejáramos de equivocarnos no sabríamos levantarnos con más fuerza. No todo el mundo consigue resistir, no todo el mundo es fuerte. Pero vamos recomponiéndonos poco a poco, con paciencia, asumiendo que la vida es injusta y cruel, que vivir es fácil y sobrevivir, complicado (pero no imposible).
Lo fácil no llena, no completa ni satisface. Y con todo, creo que es necesario recordar que para sobrevivir a algo, primero hay que vivirlo. Vivir al máximo, cayendo y levantándonos cada vez. Si en algo se basa la felicidad es en experimentar todo tipo de sensaciones y vivencias. Y cuando todo va mal, ya sea por la teoría de la balanza equilibrada, o por la de aprender a base de caídas, sabemos que al final, habrá calma, habrá paz.
Vivamos, porque todo va a acabar bien. Y si no, es que no es el final todavía.
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