No hay mucho más que decir.
El año llega a su fin, y como todos, hago balance de los acontecimientos. Sopeso los buenos momentos; con un suspiro, recuerdo los "no tan buenos". Repaso cuidadosamente cada mes, cada semana, cada día, cada hora, y entonces, caigo en la cuenta. ¿Qué importa lo ya vivido?
Llevo todo el día rememorando mi 2012, y resulta que lo que más me interesa es pensar en los días no vividos. No puedo evitar imaginar cómo estaré dentro de 365 días, en las mismas circunstancias. Cómo será enero, y febrero, y marzo. Y cada mes. ¿Cómo sobreviviré a otro verano? ¿Iré a un San Juan en Coruña? ¿Haré el maratón de películas de Star Wars? ¿Repetiré piso con ellas? ¿Seguiré siendo una náufraga vagabundeando por la vida?
No quiero seguir recordando paseos bajo la lluvia y tardes con el chico friki, días interminables en la biblioteca o comidas en la facultad. No quiero pensar en el 28 de enero, el 23 de abril o el 8 de mayo; ni siquiera, en el día que volví a Galicia después de las vacaciones. Basta de 2012 y sus descubrimientos en música y literatura; prohibido volver a los rincones de Santiago y las amistades hechas. Se acabó, ya ha terminado, no hay más. Y el único pensamiento que se cuela, el único número capaz de atravesar el muro impuesto, es un 3. Un sencillo y corto 3.
Y sin quererlo, de ahí, vuelve a fluír todo.
2013, y seguimos luchando contra el mundo. Felices días no vividos a todos.